martes, septiembre 09, 2008

El Martillo


El día que vi la luz, la sabia maestra Elhe –quien era responsable de instruir a los que recién éramos recibidos en este taller para aprender a ser canteros- me dijo: “ahora que eres aprendiz, vas a empezar a utilizar las herramientas; la primera es el martillo o mallete, que es como preferimos llamarlo. El mallete va a ser la herramienta más importante en tu vida; aprende a usarlo y aprende su significado”.

Tomé el martillo en mis manos y cuidadosamente lo revisé. Había oído decir a otros canteros más avanzados, y también lo escuché de algunos sabios maestros, que el martillo de cantero era un martillo muy especial, que era diferente a cualquier otro martillo; escuché que con este martillo se podía hacer cualquier cosa que se quisiera hacer; llegué a pensar que el dichoso martillo era una herramienta mágica –bueno, con tanta cosa que se cuenta de los canteros, uno no sabe que creer-. Pero ese martillo, el que estaba en mis manos, era como cualquier otro que hubiese visto, no parecía tener nada de especial.

Tenía el martillo en las manos y no sabiendo que hacer con él, me dirigí al sabio maestro Carepe, quien instruía a los canteros que estaban avanzados, y sobreponiéndome al temor de que me rechazara, pues no era su responsabilidad la instrucción de los neófitos, le pregunté. El sabio maestro Carepe me dijo: “lo primero que tienes que hacer es conocer bien tu propio martillo, cada quien tiene uno diferente, unos son más grandes que otros, a veces son más pesados o livianos, los de algunos son más notorios que los de otros; pero todas estas diferencias no son importantes, no hacen diferencia en realidad; lo que hace la diferencia es como lo manejas”. Estuve revisando mi martillo; lo sopesaba, calculaba su tamaño, me preguntaba si era más grande o pequeño que el de cualquier otro cantero; en fin, lo revisé hasta que lo conocía de memoria; y no entendía nada.

Recordé que tenía que aprender a manejarlo, pero no sabía como hacerlo. Buscando alguna instrucción le pregunté al sabio maestro Angaca, el docto y amable maestro que provenía de las lejanas tierras del sur y poseía un fino sentido del humor, me dijo: “no seas bruto, los niños aprenden a caminar, caminando; aprenden a hablar, hablando; y se aprende a montar bicicleta, montándola; imagínate si yo me hubiese puesto a aprender a pilotear un avión por correspondencia, sin subirme a uno, y después de un exitoso examen teórico, me hubiese graduado con honores, ¿me acompañarías en mi primer vuelo real?”

En vista de las explicaciones recibidas, tomé mi martillo y fui a pegarle a la piedra, esto debía ser una forma de aprender. Me acomodé frente a la piedra y le lancé el primer golpe, golpee con todas mis fuerzas, tal vez por la frustración acumulada... y el martillo rebotó, y rebotó tan fuerte que escapó de mis manos; fui a buscarlo, me volví a acomodar, volvía a golpear, el martillo volvió a rebotar y... de nuevo escapó de mis manos. Y una vez más... me pasó lo mismo; y otra vez y otra y otra. Pasó cerca de mí el compañero Jaraba, más antiguo que yo, y que ya había aprendido a utilizar otras herramientas, y como si nada me dijo: “si le pegas menos fuerte, por lo menos no tendrías que estar yendo a buscar el martillo a cada golpe”. Pensé que tenía razón; estaba cansado y sudoroso, y la piedra, como si nada.

Estaba sentado frente a la piedra pegándole despacito una vez, y otra y otra y otra, y... cuando pasó el sabio maestro Fiarsadu, que era famoso por su rara habilidad de mencionar la otra cara de la moneda, se detuvo a mirarme y me dijo: “así como le pegas, nunca vas a terminar; desperdicias tu tiempo y tu esfuerzo. La forma correcta es pegarle con ritmo, ni muy fuerte ni muy suave, pero siempre con constancia, sin detenerse, inténtalo”. Empecé a golpear un poco más fuerte y tratando de cuidar el ritmo, al poco tiempo me di cuenta de que el esfuerzo era mínimo; encontré la fuerza necesaria para que el martillo rebote lo suficiente para que el siguiente golpe fuera fácil... y la piedra se empezó a romper.

Estaba yo muy entretenido martillando la piedra, y muy orgulloso de haber aprendido la forma correcta –ni muy suave ni muy duro, manteniendo un ritmo constante- y viendo como la piedra iba cambiando, cuando pasó por ahí el sabio maestro Oronú, que tenía fama de ser el más sabio de los sabios maestros, traía en la mano un posillo con un líquido oscuro y aromático del cual bebía de vez en vez; se detuvo frente a mí y se quedó viéndome trabajar, como si tratara de comprender lo que estaba yo haciendo. Cuando abría la boca para preguntar, yo ya había disparado mi pregunta: sabio maestro ¿cuál es el significado del martillo? Me miró con extrañeza, parpadeó como para comprender mi pregunta y casi sin pensar dijo: “el martillo es el símbolo de la voluntad, es la herramienta más poderosa del hombre; con voluntad se puede hacer cualquier cosa, aún cuando se carezca de otras herramientas, sin voluntad, de nada sirven todas las herramientas del mundo”.

Y entonces, como por arte de magia, todo lo que me habían dicho los otros sabios maestros, adquirió un nuevo sentido. Lo importante no es el tamaño de tu martillo, sino cómo lo usas; la forma de aprender a utilizarlo, es usándolo; no se trata de golpear muy duro unas cuantas veces y abandonar, sino que se trata de mantenerse constante en su uso... Todo tenía sentido, ahora ya entendía por qué la primera y más importante herramienta de un cantero es el martillo; ya entendía por qué el martillo del cantero es mejor que cualquier otro martillo; aunque parezca igual, se usa mejor. El martillo del cantero es un martillo mágico, puede lograr cualquier cosa que uno se proponga hacer, sólo hay que usarlo de la manera correcta.

Estaba sumido en estos pensamientos cuando el sabio maestro Oronú se incorporó como para irse, bebiendo de vez en vez el oscuro y aromático líquido conteniendo en el posillo que tenía en la mano. Ya iba a echar a andar cuando se volvió a mirarme un tanto perplejo, parpadeó un par de veces y, como si acabara de notar que había algo muy raro en lo que estaba yo haciendo me dijo: “sería mucho más fácil trabajar esa piedra si además del martillo utilizaras un cincel”... Dicho lo cual, dio un sorbo y se alejó pausadamente, dejándome perplejo.

“El respeto al derecho ajeno es la paz”

I\ y P\ H\ Benito Pablo Juárez García

Es cuanto